Los niños, desde su nacimiento, desde sus primeros balbuceos, desde sus primeros pasos, son seres indefensos que necesitan de la imitación para poder sobrevivir en el medio que les rodea. Al principio aprenden de forma espontánea e inconsciente de nuestras palabras y silencios, de nuestras tolerancias e intransigencias, de nuestros tonos, modos y gestos. De nuestras actitudes.
Después, pasarán a hacerlo de una forma más consciente y reflexiva, su capacidad de imitación evolucionará hacia una mayor toma de conciencia de sus actos y serán capaces de guardar la información recibida, de recuperarla y de saber cuándo y cómo la deben de aplicar.
Por eso es importante tener en cuenta que cuando algún niño intenta imitar, o imita, algo indebido que ha escuchado, ha visto, o ha hecho algún adulto –sean padres, familiares, amigos o educadores- y luego es recriminado y/o castigado por ello, lo primero que aquél debe tener en cuenta es si está siendo coherente con las buenas formas, hábitos y principios éticos que le están exigiendo al niño.
Cuánta razón llevas. Primero el ejemplo en el comportamiento, luego como es repetitivo lo aprenden. me ha gustado esta reflexión y recuerdo sobre la educación.
¡Predicar con el ejemplo! Una máxima que se incumple con demasiada frecuencia.
Un saludo.
Sí, estoy de acuerdo, qué duda cabe que debemos ser afables, respetuosos y educados al mismo tiempo no sólo con ellos, sino con quien nos relacionemos. Pero a veces, padres, educadores o la sociedad en general no ha alcanzado ese grado educativo y entonces pasa lo que pasa. Pensemos en la televisión, por ejemplo, o en la ansiedad de poder, destacamiento, afán de riqueza etc.etc. de muchos padres. Ellos dicen: «Portáte bien» pero luego hacen lo contrario.
Reconozco que es difícil educarlos, pero si de verdad estamos convencidos de que somos adultos y maduros, no podemos volcar nuestra responsabilidad en ellos y echarles la culpa castigándoles.
Yo creo que no se trata de premiarlos o castigarlos, sino de hacerles ver lo importante que es que intenten hacer las cosas lo mejor que puedan, no sólo porque sentirán satisfacción al verlas bien acabadas, sino también porque así se harán más independientes (no individualistas) y autónomos. Aunqjue parezca mentira hasta los más pequeños enseguida lo comprenden y sin tanto premio ni castigo, acaban siendo más fuertes.
Creo que tenemos siempre la obligación de ser coherentes con lo que pensamos y hacemos, y mucho má cuando tratamos con los niños, pues ellos son como esponjas que todo lo absorben. Las imágenes que acompañan al texto son extraordinariamente ilustrativas.