Creo, y es posible que alguno esté de acuerdo conmigo, especialmente los que ya peinan canas o lucen calvas por motivos de edad, que el panorama comercial de las ciudades, e incluso de muchas villas y pueblos, es de una monotonía exasperante. Poco a poco -o a toda marcha con la arrolladora crisis- han ido echando el cierre los establecimientos envestidos de personalidad para dejar paso a las franquicias de todo tipo y origen.
El caso es que allí donde uno va, se mueva por donde se mueva, de los comercios “de toda la vida”, de sus iconos identificativos, queda ya poco, y quien suscribe siente que con su desaparición se ha ido también una parte de su vida. Y para revivirlos he recurrido al cajón de sastre que alberga las esencias del recuerdo.
Uno de los establecimientos que mejor he conocido, por haber crecido en uno de ellos, es el de las librerías, con su mezcla de olores de aprendizaje y entretenimiento desprendidos de las letras de libros, cuentos, cuadernos y tebeos, perfectamente combinados con los de los diferentes papeles de estraza, celofanes y sedas, y los de grafitos y tintas mezclados con los del cuero de las maletas y mochilas. Todo ello aderezado por la nobleza del olor de la madera que los contenía.
Y también el de la botica que tenía por vecina, que entre el colorido de botes con sus vario pintas hierbas y los extraños olores de alquimia que partían de la rebotica, sobresalían los del regaliz y los del palo dulce que había sobre el mostrador para regalárselos a los niños. Por eso, cada día contaban con mi visita y con mi cabeza a la altura de ese entrañable rincón del mostrador
No tenía más que cruzar la calle para adentrarme en una tienda de ultramarinos, de la que ya desde la puerta se podía respirar una amalgama de esencias endemoniadamente complicada, porque se juntaban los efluvios provenientes del bacalao seco -cuyas migajas reposaban al pie de la cortadora- con el de los chorizos y jamones rezumantes, que a su vez luchaban con los del café recién molido y los provenientes de los sacos que contenían las distintas harinas, legumbres y plantas aromáticas. Y todos ellos en conjunción con los de las garrafas de vino, los del aceite que salía por unos grifos, las aceitunas flotando en sus toneles…. ¡Uhm!, cómo me gustaba respirar hondo cuando entraba en ella.
Las jugueterías tenían el aroma del batiburrillo de cosas que toda mente infantil sueña y desea y que se incrementa cuando no están a su alcance, pues los regalos estaban entonces limitados a fechas muy concretas, como el día del santo, la noche de Reyes o el día de la Primera comunión. Y se regalaban como cuentagotas. Mis esencias preferidas eran las que despedían las muñecas y sus vestidos artesanos, los cochecitos para llevarlos, el de todos los cacharros de porcelana y aluminio de las cocinitas. Y el de las casas de muñecas.
Las tiendas de tejidos olían a cretonas, percales, algodones y linos, y las zapaterías a intenso olor a piel… ¡qué diferencia con algunas de las de hoy! Particularmente los que emiten determinadas tiendas de moda y zapatería cuyos artículos importados del lejano oriente impregnan todo de un olor a acrílico, plástico y pegamento rápido que, con sólo respirarlo, queda uno colocado.
Conocí el aroma emitido por las panaderías porque una de ellas se encontraba en los bajos de la casa de una de mis amigas. Y al iniciarse la noche empezaban a expandirse por su chimenea y ventanas el maravilloso olor de aquél pan artesanal que se empezaba a gestar en sus hornos de leña al atardecer. Y el de las confiterías, en las que el chocolate, el merengue y las cremas de los dulces que se hacían no eran sucedáneos, ni las grasas eran procedentes de exóticos frutos y vegetales ni de la discutida margarina. Por eso olían y sabían a la verdad que contenían.
Y termino este recorrido, por no hacerlo más pesado para quienes haya tenido a bien llegar hasta aquí, con el recuerdo de una de las tiendas que más me distraían a la vez que me imponían; quizá por su ambiente oscuro y enigmático y su gran toque masculino con batas azulonas. Y por su particular variedad de contenidos, siempre expuestos en cajoncitos en las paredes, colgando del techo, reposando en el suelo, por su cierto orden desordenado, dando como resultado una mezcla de olores metalizados que todo lo transgredía. Hablo de las ferreterías.
Sé que algunos de estos establecimientos se mantienen renovados, y también que existen tiendas “gourmet”, y que hay una corriente en la sociedad que desea consumir los productos procedentes de nuestra artesanía, y que ya hay nuevos emprendedores dispuestos a proporcionárselos.
Pero, amigos, ¡ay! aquellos comercios…
Isabel F. Bernaldo de Quirós

Imagen modificada de Internet
Me ha encantado leer tu entrada Isabel. Como tú adoro estas tiendas de toda la vida. Soy cliente asiduo de las que aún resisten en mi barrio. Cuando lavaron de cara del barrio donde me crié estuve un tiempo sin querer pasar por allí. Se me rompía el corazón: cerraron la mercería, la carbonería, la panadería, la ferretería (me chiflan) y la droguería, por no hablar de aquel lugar donde se cambiaban revistas, tebeos, libros y no sé cuántas cosas más. Gracias amiga. Un abrazo enorme
Muchas gracias a ti. Me alegro que aún puedas disfrutar de las tiendas «que resisten» el acoso de los grandes.
Que tengas una buena semana.
Un abrazo.
Igualmente Isabel. Feliz Semana
El comprar en algunos de estos comercios nos hace revivir un momento intimista sin parangón. Tengo bastantes cerca y los frecuento a menudo. La librería donde se puede comentar sobre libros, la tienda de verduras con lo mejor de nuestra huerta próxima e incluso la ferretería en donde te «asesoran» sobre pequeñas chapuzas. Se resisten a morir. La globalización no puede arramblar con todo. Buena tarde.
Me alegra saber que puedes disfrutar de comercios «con aroma» que no suenen a globalización. Muchas gracias por tu comentario.
Buena semana para ti
Deliciosa prosa que nos adentra en aquellos lugares emblemáticos, donde nada más entrar, todo era olor y sabor de las distintas variedades de ventas; aquellas artesanías que ha desaparecido en menos de cincuenta años. Me hiciste recordar tanta vida, Isabel, vida que se ausenta a gran velocidad. Todavía queda alguna de estas tiendas en los pueblos, pero pocas, muy pocas. Y cada día las añoramos más. Hermosas fotos. Un verdadero placer leerte. Felicitaciones por tan acertado articulo. Mi abrazo fuerte.
Muy agradecida por tu generoso comentario, querida Julie. Y feliz por el recuerdo de esa vida ya ausente y añorada.
Un gran abrazo y feliz semana. Fría, según parece.
Me haces recordar tantas cosas, Isabel, y no solo en las ciudades, también llega a los pueblos lo monocorde y monótono. La botica de mi pueblo, con su rebotica y el viejo boticario a juego, Don Salomón, me recuerda a la de Crónica del alba, de Sender. Eran cosas únicas, irrepetibles, con su personalidad, hoy todo son copias, repeticiones.
Un fuerte abrazo
Tú si que tienes muy presentes los distintos aromas del recuerdo con los relatos que nos das a conocer del » abuelo Avelino». Gracias, Ramón. A mi lo que me apena es que muchas calles son «centros comerciales» y han perdido toda su esencia.
Un fuerte abrazo también para ti, y que tengas una buena semana.
Me he emocionadoo con tus recuerdos. Mi imaginación vuela a esos lugares…Ahora recorremos las distintas ciudades y las grandes superficies nos invaden, o las franquicias…
Recuerdo los cacahuetes, a granel, que nos compraba mi padre en «Casa Menéndez»…
En esta ciudad aun queda alguna tienda de ultramarinos, como las de antes, pero sobreviven.
También sigue su actividad la Librería Tanco y es una delicia entrar en ella y pasar un rato entre los libros. No sé hasta cuándo.
Y la compra por Internet .Entre la gente joven se está extendiendo mucho…Perderán ese disfrutar de los aromas, los colores, el tacto…Los que peinamos canas tuvimos ese privilegio.
Un fuerte abrazo.
Para suerte de todos hay gentes que luchan por sobrevivir a la crisis, a las competencias de los «grandes» y a la profusión de comercios orientales; para todos esas personas, nuestro apoyo siempre.
Muchas gracias por tu visita y comentario. Y por emocionarte a la par que yo.
Que tengas una buena semana… Parece que los temporales van a arreciar por tu tierra y que el invierno va a mostrar a todos su cara. Por aquí se vislumbra ya la sierra nevada ¡era hora!
Un fuerte abrazo.
La memoria hecha palabra… ¡ay, aquellos comercios! 🙂 ¡Gracias, Isabel! ¡Cuántos recuerdos de cosas hermosas que ya no están! Al leerte, me vino a la mente la mercería que frecuentaba de muy niña, regentada por una madre y dos hijas solteras. Me fascinaban sus diminutos embudos, con los que rellenaban los botecitos de perfume o los guantes blancos que se ponían para comprobar que las medias que vendían no tenían carreras 😀 Hoy no hay tanto mimo en el oficio, sea el que sea.
Muchas gracias por tu comentario y por recordar también las mercerías ¡qué difícil encontrarlas hoy!
Un abrazo y ¡hasta el martes!
Diría que imposible, al menos tal y como las recuerdo 😉
Que bien lo has descrito, esos olores que te transportan a la infancia y que ahora es muy difícil encontrar.
Isabel, cuantas cosas me has hecho recordar.
Un abrazo muy fuerte Isabel 😊😊😘
Me alegro si el recuerdo te ha sido grato.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo fuerte también para ti, y feliz semana.
La verdad es que si, me has hecho pensar en muchas cosas. Mi madre me mandaba a buscar pan a una panadería que hacía un pan muy bueno, una mañana que aún no había desayunado cuando volví, me preparo un bocata con pan con tomate y atún, y aún lo recuerdo lo bueno que estaba. Cuando entraba en una de ultramarinos los depósitos de aceite para dosificar el aceite a granel. En las perfumerías los olores de las colonias y los pequeños embudos para dosificar las colonias a granel..
Jajaja ves no paro….
Me alegra que nos sigas contando cosas, es bueno recordar cosas agradables, amiga.
Mil gracias.
El precio del progreso es que nos hemos perdido la autenticidad. Bendita memoria olfativa.
Un abrazo.
Eres muy amable antonimia. Gracias por tu visita y comentario.
Abrazos, y que tengas una estupenda semana.
Igualmente, Isabel. Feliz semana 🙂
Qué falta nos hacen esas tiendas cercanas, dónde nos asesoran y encontramos lo que buscamos con calidad. El problema está en que con la crisis, si los bajos no son propios, no ganan ni para el alquiler. Además ser autónomo en España es una estafa y normalmente los herederos no quieren seguir con una vida tan sacrificada, por eso al jubilarse los padres el negocio no sigue.
Un abrazo
Mi gratitud por compartir con nosotros tu opinión, Marisinde.
Un abrazo-
¡Qué maravilla! Siento el frío en la cara y el perfume de la lluvia (no sé por qué todo esto lo recuerdo en invierno) en este paseo al que nos invitas. Veo a mi tía y a mi madre valorando y haciendo los pedidos. Alrededor una caterva de hermanos y primos jugando y a veces dando la lata. Preciosa entrada. Gracias.
Besos fuertes con sabor a regaliz.
Es bonito compartir recuerdos, ampliar el abanico de vivencias, de aromas infantiles, de «perfumes» de frío y lluvia, muchas gracias por ello, Emma.
Besos de regaliz y palo dulce para ti.
Efectiivamente, querida Isa, » ay de aquellos comercios ! » … haces una descripción preciosa de las tiendas de entonces a través de los sentidos ( sabores, texturas, olores… ) que tienen una capacidad evocadora inmediata que nos emociona como todo lo que tiene relación con nuestro «estreno del mundo» . Gracias mil.
Un abrazo
C. Prieto
Tu visita y comentario son una gratísima sorpresa para mi, querida Celestina. Me alegra que te haya gustado esta pequeña evocación de un pasado feliz en nuestro recuerdo.
Mil gracias a ti. Y mil abrazos.
He pasado un rato estupendo caminando contigo por nuestros comercios de infancia,con palo dulce,regaliz y el olor de la librería Cultura.Un beso.
Me alegro de ello, me hace feliz. Muchas gracias y besos
Isa la del comentario soy yo, no sé porque salió anónimo…………….
No te preocupes, te intuía por los olores que compartiste conmigo. Muchos besinos.
Genial paseo, despertando los sentidos de lo que se grabó en la memoria. Fantásticos recuerdos, cada comercio, su personalidad, sus gentes, sus aromas, el regalo para la vista de lo que allí se vendía. Y las charlas mientras la espera de ser atendidos, la crónica diaria, los saludos…
Hoy todo igual, como dices da igual la ciudad, o el barrio, mismas cosas colocadas de igual manera, y… rápido que tengo prisa.
Me gustó mucho.
Un beso
Muchas gracias por tu comentario. La nostalgia nos puede! Besos.
Isabel, es una lástima pero cada vez quedan menos comercios de este tipo. De hecho, en mi ciudad ver panaderías o pastelerías tradicionales es bastante raro. Al final, ya sólo quedan los comercios de grandes marcas. Aún así, yo sigo comprando en tiendas de barrio siempre que puedo. Tienen un encanto especial por encima de las otras.
Todavía recuerdo cuando iba con mi abuelo de pequeño a comprar tortas de manteca a la panadería de al lado de su casa. Recuerdo especialmente el olor y el sabor de aquellas tortas que había que tostarlas un poco antes de poder comerlas. Qué recuerdos.
Un abrazo y muy buena entrada.
Ya veo, Javi, que siendo mucho más joven eres consciente de los cambios que han tenido lugar especialmente en los últimos años. Muchas gracias por hacernos partícipes de tus recuerdos.
Un fuerte abrazo.
Aqui en la plaza de mercado quedan unas tienditas que nunca cambiaron que se llaman botánicas. En ellas se vendes remedios de yerbas, colonias, y flores como azucenas. Sin embargo las ferreterías al igual que las jugueterías han ido desapareciendo. La industrialización en masa y la mano de obra barata (o sea, regalada), ha forzado que estos negocios ya no puedan competir.
Que interesante lo que nos cuentas de la plaza del mercado y qué bonito nombre «botánicas» para sus tiendas. Aquí como allí intentan sobrevivir algunas, como bien dices, es muy difícil competir con los «grandes».
Muchas gracias por tu comentario, María.
Querida Isa, totalmente de acuerdo. No tengo más que añadir .- Los tiempos cambian pero creo que hemos tenido la suerte de vivir esa realidad en la que todo lo que se compraba era como ´» » «más de verdad»….- Es un placer leerte.- Buen ánimo querida
Realmente «los grandes» han devorado a «los pequeños», las calles de las ciudades son «Centros comerciales»… Sé que sobreviven a duras penas algunos comercios de los que nosotras recordamos, y es una pena.
Gracias por tu comentario, por tus ánimos.
Un fuerte abrazo.
Me ha encantado, recordar esos aromas tan característicos, y exclusivos de cada comercio.
Los que vivimos «aquellos tiempos» sentimos nostalgia de ellos, pero los tiempos cambian y ahora lo que manda es el «aquí es más barato», y en ese juego perverso siempre ganan los grandes y pierden los pequeños. De nosotros depende que los pocos que quedan puedan sobrevivir.
Un abrazo, Isabel.
Muchas gracias por haber tenido la amabilidad de pasarte por aquí y dejar un comentario. Me alegro que te haya gustado este recordatorio.
Un abrazo también para ti.