De los días oscuros y lluviosos que nos han acompañado últimamente, no solo saca réditos la tierra apagando su sed, sino todos aquéllos para los que la lectura nos es un bien imprescindible.
En mi caso esa sed vital la he saciado con la última novela de mi admirado y querido compañero de letras Alfonso Cebrián Sánchez titulada “Nada quedó de abril / La casa dorada”, segundo libro de la serie iniciada con “El libro de Carmelo”.
Siempre he opinado que Alfonso Cebrián es un excelente novelista con alma de poeta. He leído todos sus libros con el afán de quien conoce su exquisito lenguaje “El tiempo deposita sobre las cosas una pátina invisible que las avieja y las hace venerables o cochambrosas…”, su gran capacidad creativa, su gran sensibilidad en el tratamiento de los personajes y su maestría en el arte de narrar una historia con la que nos hacer vivir y vibrar con ella.
Ya al inicio del libro, Alfonso Cebrián nos dibuja un esbozo de lo que nos va a aguardar más adelante: “hay cosas en la vida que hieren y quedan en la memoria con marca indeleble. Es el rencor, y se lleva consigo hasta la muerte” . El relato nos lleva de la mano Diego Álvarez y su especial relación de “juntar soledades” con Blanca Falcón … ¡Ah! Y esa “Casa Dorada” – que da título al libro- “toda ella descubierta, rodeada de rosales, Dalias y geranios, y la hierba siempre recién cortada”
Por eso dice el propio autor de su novela que “la vida y la muerte se ven las caras con las pasiones que lleva el hecho de existir”.
Mi enhorabuena, Alfonso, por este nuevo libro tan lleno de ti, tan lleno de vida. Y mi gratitud por las horas tan buenas que me he pasado leyéndolo.